Un artículo de
Manolo Saco
en eldiario.es
Los malos hábitos son como las malas compañías, te
llevan a la perdición sin que apenas te percates de la trampa y de sus
consecuencias catastróficas. Por ejemplo, la gente se pregunta ahora,
cuando a Rajoy ya no le queda por incumplir ninguna de sus promesas
electorales, cómo es posible que los españoles hayamos permitido con
nuestros votos, como ciegos impasibles ante el engaño colosal (coloxal)
que se estaba representando ante nuestros ojos, que nos gobernase esa
banda de incompetentes que nos martiriza cada viernes negro desde
Moncloa a golpe de decreto.
Un grosero ministro de
Educación (¡de educación!) del Opus Dei; un ministro del Ejército,
antiguo vendedor de misiles y bombas de racimo; una ministra de Trabajo
que en su vida se vio en la necesidad de patear la calle en busca de un
trabajo; un ministro de Economía contratado en la misma banca que desató
la crisis financiera mundial; un presidente de gobierno que exige
austeridad a los ciudadanos, les baja las pensiones, abarata el despido,
disminuye las prestaciones a los parados, elimina pagas extras y
suplica a todos que suprimamos dos agujeros más del cinturón mientras él
se reparte sin trabajar, por la cara, con un Registrador compinche,
cientos de miles de euros anuales procedentes de una oficina de Registro
en Santa Pola, de la que es titular...
Haber votado a
una banda de salteadores del poder de semejante calaña solo se explica
en que hemos perdido la visión, víctimas de nuestros malos hábitos de la
adolescencia. No supimos verlo en su momento simplemente porque ya no
podíamos, porque, sin saberlo, vivimos en un país de ciegos por culpa de
nuestro pasado de adolecentes onanistas, como bien nos tenían avisados
los curas: ese hábito pernicioso, ese vicio solitario que causa ceguera.
Quizá por eso en el reino de los onanistas ciegos, como es España, el
Borbón es rey. Saramago haría con esto una gran novela, pero yo es la
única explicación que le encuentro.
La derecha, que
es la que verdaderamente se preocupa por nuestra salud, ha decidido
castigar nuestros malos hábitos con lo único que en verdad nos preocupa:
el dinero. Si hay demasiados enfermos que ya han tomado por costumbre
la absurda pretensión de curarse, que paguen su vicio, como los
espermatozoides pagan con sus vidas el esfuerzo de llegar los primeros a
fecundar el óvulo: alargan las listas de espera a los enfermos para
que, en el camino hacia la consulta, vayan cayendo como espermatozoides
débiles, estériles e improductivos en los que ya no merece la pena
invertir un duro; y aquel que por fin llega a su destino, acabará
pagando parte de las recetas para que así recuerde siempre que estar
sano es un privilegio que supone un coste ímprobo para la sociedad.
Porque para privatizar la sanidad, para que el capital invierta en el
sector, es necesario demostrar a los posibles compradores que nuestra
salud es un negocio. Nuestra salud, que no nuestras enfermedades. No
confundamos, compañero. Porque la sanidad en manos privadas es como las
compañías de seguros: si das demasiados partes de incidencias, si
consumes más de lo que pagas, eres un cliente indeseable al que hay que
castigar. Suprimir puestos de trabajo de médicos y enfermeros en la
sanidad pública, alargar las listas de espera, acortar las estancias
hospitalarias, cobrar a los parientes acompañantes por hacer de
enfermeros improvisados durante la noche, y encarecer los gastos
farmacéuticos son los puyazos previos para dejar al toro de la sanidad
pública perfectamente manso y cuadrado ante el matador del sector
privado, que es quien se llevará nuestras orejas y nuestro rabo, con
perdón.
Nosotros estamos ciegos, pero ellos, gente
temerosa de dios que de niños no se tocaba ni para ducharse, conservan
una vista envidiable, producto de su pureza. Y si no, a ver si no es
visión de futuro la que goza el consejero madrileño de Sanidad, Javier
Fernández-Lasquetty, cachorro de la FAES de Aznar, y por lo tanto un
piadoso pensador. Provisto de su visión privilegiada, repasó ayer
domingo las manifestaciones de miles de profesionales y usuarios de la
sanidad que en un gran abrazo rodearon los hospitales públicos
amenazados por las miras telescópicas privatizadoras del PP. Era un
abrazo de la ciudadanía a una de sus conquistas democráticas más
preciadas, la sanidad pública, universal y gratuita, para defenderla de
sus depredadores, pero que el consejero de Sanidad de Madrid supo ver
oportunamente (su dios le guarde la vista) como una “demostración de
afecto a los hospitales... y a quienes trabajan en ellos”.
¿Estamos ciegos, o este chico es un imbécil de baba capaz de hacer
bromas hasta con los muertos? ¿Lasquetty ve más allá que nosotros, o
simplemente nos está tomado el pelo? ¿Qué es más ofensivo y más
insultante, el “que se jodan” de la Fabra o este desprecio del consejero
a las reivindicaciones ciudadanas?
Para los
ultraliberales, hasta los hábitos de manifestación son perniciosos, como
un onanismo reivindicador continuado que a la larga solo puede traer
grandes males al cuerpo social. Ellos nos quieren follar, que es una
costumbre muy sana, y nosotros, insensibles a sus carantoñas, seguimos
empeñados en practicar nuestro vicio en solitario.
Uno de ellos, el ultraliberal José Ángel Gurría, que trabaja de
secretario general de la OCDE, el club de los países más ricos del
mundo, ha venido a España a dar prestancia y apuntalar la destrucción
del estado de bienestar impulsada por su correligionario español,
Mariano Rajoy. En su visita, este caballero explicaba magistralmente los
males que el hábito de no trabajar puede acarrear a los parados de
larga duración. “En iguales circunstancias, si usted lleva un año de no
trabajar, y usted salió la semana pasada de otro trabajo... pues le tomo
a usted, porque tiene la disciplina, porque tiene el ritmo, porque
tiene la cultura, etc... el otro señor lleva un año sin trabajar, y
quien sabe qué otros malos hábitos habrá adquirido, incluyendo el de no
trabajar”.
¿Vais pillando? El no trabajar es un
hábito. Y muy malo. La ociosidad, como ya nos avisaban los curas, suelta
la imaginación y deja franco (¡oh, no!) el camino hacia el pecado. Así
que, la pena de perder el trabajo, que ya es un mal hábito de por sí,
durante mucho tiempo lleva emparejado el peligro de adquirir otros malos
hábitos, como luchar en la calle por tus derechos, quizá robar, quizá
violar...
Debido al castigo divino de nuestra
ceguera, desprovistos de la facultad de ver con la claridad con la que
el Señor ha premiado la pureza de la derecha, vamos dando palos de
ciego, descargando nuestra ira contra el enemigo equivocado,
tergiversando la realidad. Las que fueron niñas modelo, como la
secretaria general de Inmigración y Emigración, Marina del Corral,
conservan la vista con la suficiente agudeza como para convertir la
tragedia de la emigración de nuestros jóvenes, esos ciegos onanistas, en
busca de un puesto de trabajo, en un hábito propio de su temprana edad.
Los jóvenes se están largando de este país, según ella, oye, no por la
crisis económica agravada por su gobierno de incompetentes, sino por “el
impulso aventurero de la juventud”, como niños caprichosos e
inconscientes en busca de aventura.
Estos niños, o
dejan de tocarse y se hacen pronto del PP y sus Nuevas Degeneraciones, o
tendrán durante toda su vida una idea distorsionada de la realidad,
ciegos, engolfados en toda clase de vicios, como el emigrar por espíritu
de aventura, el no trabajar o el impulso de seducir a curas indefensos.
Como el caso del sacerdote católico norteamericano Benedict Groeschel,
de 79 años, que denunciaba no hace mucho tiempo que las presuntas
víctimas del abuso infantil -jóvenes de 14,16 y 18 años- son
generalmente los verdaderos “seductores”. ¡Ancianos curas castos
tentados por los relatos escabrosas y el aliento acaramelado de sus
ociosos jóvenes feligreses en la intimidad del confesionario! Años
antes, en 2007, el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, de fáciles
picores de entrepierna, ya había dado la voz de alarma de la tortura
vivida a diario por él y sus compañeros de secta: “Hay adolescentes de
13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo (con los
abusos), y además, deseándolo; incluso, si te descuidas, te provocan”.
Ved, niños míos, los estragos que en vuestras mentes y en vuestros ojos
pueden provocar los malos hábitos de juventud, el ocio, el paro y los
tocamientos. Y así, con esta mierda de jóvenes no levantamos España.
Solo se la levantamos a nuestros clérigos, los únicos que no trabajan.
03/12/2012 -
06:00h