En el pleno del Ayuntamiento de Zaragoza
del 28 de septiembre de 2015, se aprobó la modificación del Reglamento
de Protocolo. Según la nueva normativa protocolaria, la asistencia a los
actos religiosos será de obligado cumplimiento para el alcalde y los
concejales. No se incluye en esta obligación perentoria, no se sabe si
como deferencia o por ingrato olvido, a los ujieres y demás funcionarios
del ayuntamiento. Tal dádiva protocolaria se debe a los votos del PP,
del PSOE y del CHA. Cada formación política aludiendo sus motivos
particulares. Faltaría más. Pero el resultado ahí está. A partir de
ahora, todos a la procesión, quieras o no, seas ateo o musulmán, budista o tonto del culo.
Tal decisión, no solamente deja con el
culo al aire la no confesionalidad del Estado, sino, también y sobre
todo, la libertad ideológica y religiosa tomada esta de forma individual
sin aditamentos de ninguna clase, tal y como formula el artículo 16.1
de la Constitución: “se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y
las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la
necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”.
Difícilmente podrá un alcalde o un
concejal ejercer su libertad religiosa si debe asistir obligatoriamente a
una ceremonia confesional. Particularmente, Hacía mucho tiempo que no
me enfrentaba a una decisión tan absurda, tomada, además, por cerebros
que pretenden dirigir la salud mental política de la ciudad. Es un
decir, claro. Y se ven obligados, además, por una institución pública
que, como parte del Estado y por mandato constitucional, es una entidad
aconfesional, ajena por completo a cualquier fe religiosa. Y es ella,
precisamente ella, la que obliga a sus inquilinos a asistir
obligatoriamente a lo que ella misma, como institución, jamás debería
prestarse… El acabose. Ni Kafka hubiera imaginado argumento tan
magnífico para describir las aberraciones a las que puede conducir una
mente burocrática.
Hemos visto perpetrar muchos
despropósitos, pero este será de los que colmen el vaso de la
irracionalidad más esplendente. La decisión municipal atenta, no solo
contra la lógica más elemental, sino contra la Constitución que
establece que estas decisiones y conductas han de tomarse de forma
voluntaria y sin coerción, pues, si no, dejarían de ser libres.
El ayuntamiento de Zaragoza se ha
posicionado, gracias a la incuria intelectual del PSOE, pero no solo,
obviamente, en contra de lo que aconseja la Constitución.
Una imagen para el recuerdo
carpetovetónico de este país. ¡El ayuntamiento obligando a los alcaldes y
a los ediles a asistir a procesiones confesionales en un Estado
aconfesional! Pero ¿qué disparate monumental es este?
Una institución pública aconfesional,
que debe mirar por el respeto a la libertad individual de cualquier
naturaleza, se enfanga en el oscurantismo al dictaminar la
obligatoriedad de sus concejales para que asistan sin chistar a un acto
de carácter religioso. Y ello sin importarles lo más mínimo si los
concejales en cuestión son ateos, musulmanes, deístas, agnósticos o
tontos del trigémino. ¡Biba la livertad relijiosa!
Pensábamos que el carácter obligatorio
de asistencia a actos de carácter religioso se había ido al desierto de
Gobi con el Innombrable y con él el nacionalcatolicismo, ese fascismo de
la fe nada camuflado al que estuvimos obligados a esnifar aunque fuera
de modo cínico, hipócrita y, sobre todo, silencioso durante tantísimos
años. ¡Qué ingenuidad!
El PSOE nos la ha vuelto a pegar y se ha
pegado él mismo contra su propia cerrazón. El PSOE nos ha vuelto a
recordar que con él no van los principios, la ética, la congruencia, la
palabra dada, la constitución y las decisiones que toman en sus
congresos federales. Harto estoy de escuchar a sus prebostes más
lenguaraces que el cuerpo doctrinal de su ideología les pide suprimir
los acuerdos nefastos con la santa Sede. Y, luego, ante una decisión tan
elemental como la presente, se escurren como bayeta de cocina.
El PSOE se lo tiene que mirar. Lo suyo
es esquizofrenia política. No se aclaran aunque se diga que han actuado
así, porque buscan los votos de la ciudadanía. Que no. Que la ciudadanía
hace tiempo que no permite que se la den con queso con agujeros. La
grandilocuencia socialista en estos temas es tan soberbia como inicua La
palabra laicismo se les hace en la boca coca cola light, pero en cuanto
deben aplicarlo de forma pragmática, incluso en tareas menudas, les
entra una diarrea monumental. Se escudan en mil y un pretextos, la
tradición, la costumbre, las creencias, Chindasvinto y la Virgen del
Pilar. Aclárense. Necesitan un congreso para hablar de estos asuntos y
asumir una decisión común, porque, cada vez que dicha cuestión se lleva a
los plenos de los ayuntamientos de España, los pilla groguis, y así
vemos cómo unos ediles se van por Oriente y otros por Occidente. Como
diría Romanones: “¡Qué tropa!”.
La situación es muy grave, porque la
decisión del municipio de Zaragoza, además de atentar contra el
pluralismo y la aconfesionalidad, lo hace de forma indecente contra la
libertad individual religiosa consagrada por la Constitución. Y eso sí
que no.
Bien `podría decirse que la decisión
tomada por el Ayuntamiento de Zaragoza es una decisión
anticonstitucional. El Ayuntamiento de Zaragoza se ha colocado a la
misma altura –o bajura mental y racional- que el propio Ejército, que no
tiene escrúpulo en obligar a sus soldados a asistir a procesiones
religiosas en contra del derecho inalienable de la libertad religiosa
del individuo que asiste a éste.
Las fiestas de Zaragoza no son ni más
laicas, ni más religiosas con la presencia o no de los ediles de
Zaragoza en la ofrenda floral o asistiendo a los faustos folclóricos en
honor de la virgen del Pilar. Serán lo que siempre han sido: una
manifestación más del fetichismo religioso en el que muchas personas
hacen convivir su irracionalidad metafísica ocasional con su
inteligencia cotidiana y permanente.
Resulta paradójico que se diga que la
asistencia del alcalde y los concejales a tales ceremonias representarán
mejor a la ciudad que, a fin de cuentas, es su deber. ¿Lo es? No. Dicha
representación sería posible si la ciudad fuese confesionalmente un
monolito homogéneo y uniforme. Pero resulta que es todo lo contrario. La
ciudad es un conglomerado plural donde conviven todo tipo de creencias y
confesiones, y, por supuesto, los no creyentes.
La ciudadanía debería reparar que en
asuntos de fe, de religión, de creencias metafísicas solamente ella es
capaz de representarse a sí misma. ¿Acaso el acto de fe, al que asisten
ciertos ciudadanos, pierde su transcendencia metafísica ante el
objeto/sujeto de su devoción pública, que no es otro que el Altísimo, si
no asisten a él los políticos?
Tratándose de un acto religioso, donde
se supone que lo más importante es la relación de uno con su Dios
particular, lo demás debería importar un guano. La asistencia de los
políticos que se deben a un Estado no confesional tendría que ser a
estas alturas una anécdota. Contentos tendríamos que vernos al gozar de
la libertad que consagra la constitución para hacer lo que cada uno
quiera en materia religiosa y confesional.
La gente que asiste a una manifestación
religiosa no necesita que la represente nadie. Ella es su propia
representante. Así que una razón más para que la obligatoriedad del
alcalde y de los concejales resulte todavía más ridícula. Los
ayuntamientos no deberían perder ni un minuto de su tiempo en estas
cuestiones, porque estamos en un Estado en un Derecho Aconfesional,
donde constitucionalmente se legisla a favor de la libertad religiosa. Y
punto.
A no ser que, gracias al hecho de
asistir a este tipo de actos confesionales, los ediles se vuelvan por
ósmosis más honrados, más inteligentes y más coherentes. Y más piadosos,
claro. Pero no parece que este sea el resultado final, ¿no? Lo fue en
el caso de Belloch. Pero Belloch iba para obispo. Y eso se notaba.
Víctor M. Moreno Bayona
Fuente: Nueva Tribuna · 1 octubre, 2015