Se ve en televisión, se
escucha en la radio y se lee en algunos periódicos: conocidos
periodistas, propagandistas de la derecha y aficionados a la historia
han retomado la vieja cantinela de la manipulación franquista: fue la
izquierda la que con su violencia y odio provocó la guerra civil y lo
que hizo la derecha y gente de bien, con el golpe militar de julio de 1936,
fue responder al “terror frentepopulista”. Todas las complejas y bien
trabadas explicaciones de los historiadores profesionales quedan de esa
forma ridiculizadas bajo la óptica de la propaganda neofranquista.
Son varias y poderosas las armas que utiliza esa propaganda. Están, en primer lugar, los seudohistoriadores, los encargados de transmitir en un nuevo formato, con libros bien cocinados y preparados para la divulgación, las viejas tesis franquistas que ya sólo servían para uso de la ultraderecha y de los nostálgicos de la dictadura de Franco. Para crear un nuevo espacio para sus maniobras, necesitan declarar a los cuatro vientos que la historia que hemos hecho los historiadores profesionales en las dos últimas décadas es revanchista, falsa y está al servicio de intereses políticos de los partidos de izquierda. Son relatos basados en fuentes secundarias y desprecian datos y hechos que no se adaptan a sus tesis. Sus conclusiones, además, son presentadas como novedosas por el marketing agresivo de sus editores, de quienes les hacen la publicidad y de que quienes les dedican las reseñas, donde suelen destacar su valentía para enfrentarse en solitario a la dictadura de los historiadores universitarios. Aparecen, por último, en el tercer nivel de esa estrategia propagandística, los periodistas y tertulianos de los medios de comunicación que jalean y aplauden sus libros y opiniones e insultan y calumnian al contrario.
La propaganda, las técnicas agresivas de mercado y el poder de sus medios no explican, sin embargo, por sí solos el enorme éxito de público y de ventas que han tenido algunos de esos libros sobre los orígenes, mitos y crímenes de la guerra civil, un éxito nunca alcanzado por los historiadores profesionales. Lo que prueba ese éxito es que quedan todavía en España muchas personas agradecidas a Franco y a su dictadura, por su posición social, por sus creencias religiosas o compromisos ideológicos, por sus vínculos familiares con las víctimas de la violencia revolucionaria, que obtuvieron enormes beneficios, materiales y espirituales, de ese largo dominio y que, por supuesto, nunca sufrieron persecución alguna. Se habían acomodado ya a la democracia, habían acomodado su memoria a los nuevos tiempos y, en los últimos años, unos cuantos libros de historia sobre la violencia militar y falangista bendecida por la Iglesia católica, algunos documentales y la búsqueda de fosas comunes con los restos de los asesinados por el franquismo, les han recordado su pasado y a los verdugos que en paz estaban. Por eso quieren leer y escuchar la otra historia, la que ellos siempre habían conocido: que Franco y su dictadura resultaron beneficiosos para España, porque la libraron de algo mucho peor, la tiranía roja, y porque, al fin y al cabo, después del castigo normal por aquella guerra provocada por los republicanos, lo que trajeron fue desarrollo, modernización, carreteras y pantanos.
Da igual que historiadores, economistas y sociólogos presenten sólidas y rigurosas pruebas de lo contrario, de que la guerra civil la provocó un violento golpe de Estado contra la República y de que esa guerra y la posterior dictadura fueron desastrosas para nuestra historia y para nuestra convivencia. No se trata, para esos nuevos propagandistas, de explicar la historia sino de cómo enfrentar la memoria de los unos a la de los otros, dos diferentes pasados de nuevo, dos formas de razonar sobre él, recordando unas cosas y olvidando otras, sacando a pasear otra vez las verdades franquistas, que son, como los mejores especialistas sobre ese período han demostrado, grandes mentiras históricas.
Los hechos más significativos de la Guerra Civil han sido ya investigados y las preguntas más relevantes están resueltas, pero esa historia no es un territorio exclusivo de los historiadores y, en cualquier caso, lo que enseñamos los historiadores en las universidades y en nuestros libros no es lo mismo que lo que la mayoría de los ciudadanos que nacieron durante la dictadura o en los primeros años de la actual democracia pudieron leer en los libros de texto del Bachillerato. Además, millones de personas nunca estudiaron la guerra civil o porque no hicieron Bachillerato o porque nadie les contó la guerra en las asignaturas de historia.
Una cosa, por lo tanto, son las narraciones y análisis de los historiadores y otra muy diferente las percepciones que millones de españoles pudieron y han podido formarse a través de la propaganda oficial franquista, de lo que oían en sus casas o de las diversas representaciones divulgadas en los medios de comunicación, en la literatura, en documentales o en películas de cine. POR ESO EXISTE TANTO RECHAZO DESDE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE LA DERECHA A QUE SE ABRAN PASO LAS VERSIONES RIGUROSOSAS DE LOS HISTORIADORES. Tengo un ejemplo muy reciente: dos periodistas de dos de esos periódicos de tirada nacional quisieron entrevistarme a propósito de mi libro “España partida en dos” y sus jefes no les dejaron. En libros anteriores, algunas entrevistas, ya realizadas, nunca aparecieron
Son varias y poderosas las armas que utiliza esa propaganda. Están, en primer lugar, los seudohistoriadores, los encargados de transmitir en un nuevo formato, con libros bien cocinados y preparados para la divulgación, las viejas tesis franquistas que ya sólo servían para uso de la ultraderecha y de los nostálgicos de la dictadura de Franco. Para crear un nuevo espacio para sus maniobras, necesitan declarar a los cuatro vientos que la historia que hemos hecho los historiadores profesionales en las dos últimas décadas es revanchista, falsa y está al servicio de intereses políticos de los partidos de izquierda. Son relatos basados en fuentes secundarias y desprecian datos y hechos que no se adaptan a sus tesis. Sus conclusiones, además, son presentadas como novedosas por el marketing agresivo de sus editores, de quienes les hacen la publicidad y de que quienes les dedican las reseñas, donde suelen destacar su valentía para enfrentarse en solitario a la dictadura de los historiadores universitarios. Aparecen, por último, en el tercer nivel de esa estrategia propagandística, los periodistas y tertulianos de los medios de comunicación que jalean y aplauden sus libros y opiniones e insultan y calumnian al contrario.
La propaganda, las técnicas agresivas de mercado y el poder de sus medios no explican, sin embargo, por sí solos el enorme éxito de público y de ventas que han tenido algunos de esos libros sobre los orígenes, mitos y crímenes de la guerra civil, un éxito nunca alcanzado por los historiadores profesionales. Lo que prueba ese éxito es que quedan todavía en España muchas personas agradecidas a Franco y a su dictadura, por su posición social, por sus creencias religiosas o compromisos ideológicos, por sus vínculos familiares con las víctimas de la violencia revolucionaria, que obtuvieron enormes beneficios, materiales y espirituales, de ese largo dominio y que, por supuesto, nunca sufrieron persecución alguna. Se habían acomodado ya a la democracia, habían acomodado su memoria a los nuevos tiempos y, en los últimos años, unos cuantos libros de historia sobre la violencia militar y falangista bendecida por la Iglesia católica, algunos documentales y la búsqueda de fosas comunes con los restos de los asesinados por el franquismo, les han recordado su pasado y a los verdugos que en paz estaban. Por eso quieren leer y escuchar la otra historia, la que ellos siempre habían conocido: que Franco y su dictadura resultaron beneficiosos para España, porque la libraron de algo mucho peor, la tiranía roja, y porque, al fin y al cabo, después del castigo normal por aquella guerra provocada por los republicanos, lo que trajeron fue desarrollo, modernización, carreteras y pantanos.
Da igual que historiadores, economistas y sociólogos presenten sólidas y rigurosas pruebas de lo contrario, de que la guerra civil la provocó un violento golpe de Estado contra la República y de que esa guerra y la posterior dictadura fueron desastrosas para nuestra historia y para nuestra convivencia. No se trata, para esos nuevos propagandistas, de explicar la historia sino de cómo enfrentar la memoria de los unos a la de los otros, dos diferentes pasados de nuevo, dos formas de razonar sobre él, recordando unas cosas y olvidando otras, sacando a pasear otra vez las verdades franquistas, que son, como los mejores especialistas sobre ese período han demostrado, grandes mentiras históricas.
Los hechos más significativos de la Guerra Civil han sido ya investigados y las preguntas más relevantes están resueltas, pero esa historia no es un territorio exclusivo de los historiadores y, en cualquier caso, lo que enseñamos los historiadores en las universidades y en nuestros libros no es lo mismo que lo que la mayoría de los ciudadanos que nacieron durante la dictadura o en los primeros años de la actual democracia pudieron leer en los libros de texto del Bachillerato. Además, millones de personas nunca estudiaron la guerra civil o porque no hicieron Bachillerato o porque nadie les contó la guerra en las asignaturas de historia.
Una cosa, por lo tanto, son las narraciones y análisis de los historiadores y otra muy diferente las percepciones que millones de españoles pudieron y han podido formarse a través de la propaganda oficial franquista, de lo que oían en sus casas o de las diversas representaciones divulgadas en los medios de comunicación, en la literatura, en documentales o en películas de cine. POR ESO EXISTE TANTO RECHAZO DESDE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE LA DERECHA A QUE SE ABRAN PASO LAS VERSIONES RIGUROSOSAS DE LOS HISTORIADORES. Tengo un ejemplo muy reciente: dos periodistas de dos de esos periódicos de tirada nacional quisieron entrevistarme a propósito de mi libro “España partida en dos” y sus jefes no les dejaron. En libros anteriores, algunas entrevistas, ya realizadas, nunca aparecieron
Catedrático de Historia Contemporánea, Universidad de Zaragoza