En Grecia, además de nuestro Parlamento con sus siete partidos
políticos, existe un sistema no parlamentario que forman cuatro
partidos: son los cuatro pedazos en los que se ha quedado dividida
nuestra sociedad después de 18 meses de crisis económica. El creciente
agravamiento de la crisis y la lucha diaria por la supervivencia no han
logrado acortar las distancias entre estas partes. Muy al contrario, la
brecha que las separa es cada vez mayor. Y, aunque se crean coaliciones
entre ellas, hay también guerra en las trincheras.
» En primer lugar, encontramos el 'partido de los beneficiarios',
al que pertenecen todos esos empresarios que se han beneficiado del
mercantilismo político durante los últimos treinta años, especialmente
las empresas de construcción. Éstas vivieron su apogeo en el preludio de
los Juegos Olímpicos de 2004, cuando se aprovecharon de un Estado que
se veía obligado a pagar a un precio inusitado cualquier encargo
urbanístico. También pertenecen al partido de los beneficiarios las
empresas que abastecían a los servicios públicos, por ejemplo, aquellas
que suministraban productos farmacéuticos y equipos médicos a los
hospitales estatales. Hasta hace muy poco tiempo los griegos no eran
conscientes del volumen de dinero que se ha despilfarrado en este
sentido. Hasta ahora eran los hospitales los encargados de comprar las
medicinas y los equipos médicos. Ahora el Ministerio de Sanidad ha
establecido que la adquisición de productos se realice a través de
Internet y ha puesto a disposición de las instituciones 9.937.480 euros,
una suma que se adecua al volumen de gasto que se había venido
generando hasta el momento. Sin embargo, esta operación ha revelado que
el precio real de los medicamentos solo asciende a 616.505 euros, es
decir, un 6,2% de la cantidad que se había invertido anteriormente. Sin
las nuevas medidas de contención del gasto todo habría continuado como
antes, puesto que precisamente estos beneficiarios, las empresas de
construcción y los proveedores de las clínicas, formaban una coalición
con el partido del Gobierno y con sus ministros que no funcionaba nada
mal.
Todos en el aparato del Estado sabían de la existencia de estos
contactos y del coste que suponían para la sociedad, pero todos
callaban. No solo porque los partidos se embolsaban así enormes
donativos, sino porque estos sectores corruptos financiaban campañas
electorales a los diputados, quienes a su vez se aseguraban buenos
puestos de trabajo para sus familiares.
Al partido de los beneficiarios también se le podría denominar
partido de los defraudadores, pues todos ellos lo son sin excepción,
especialmente los trabajadores autónomos con ingresos elevados, como
médicos o abogados. Cuando un griego va a la consulta de un médico, éste
le informa: “La visita son 80 euros, si quiere factura, entonces serán
110”. Y así, la mayoría de los pacientes renuncian a la factura y se
ahorran treinta euros. Debido al acuerdo entre estos profesionales y el
partido del Gobierno, las autoridades callan y hacen la vista gorda.
Mientras tanto, el conjunto de los ciudadanos sin recursos no deja de
crecer. Muchos de ellos no pueden ni siquiera costearse sus
medicamentos. ¿Qué hacen entonces? Recurren a la organización Médicos
sin Fronteras, que proporciona de forma gratuita algunas medicinas. Las
dos clínicas de Médicos sin Fronteras que existen en Atenas están
pensadas para asistir a inmigrantes sin recursos, que llegan a Grecia
desde África en barcas de remos. Pero cada vez son más los griegos que
piden ayuda. Algunos días hay casi mil personas haciendo cola en Médicos
sin Fronteras.
Entre ellos, por ejemplo, diabéticos que ya no pueden permitirse
comprar insulina. La miseria de los inmigrantes se extiende a los
griegos. Hasta hace apenas medio año, cuando me asomaba a la calle desde
el balcón de mi casa, veía a inmigrantes que revolvían entre los cubos
de basura, en busca de algo para comer. En las últimas semanas, se han
unido a ellos cada vez más griegos. No quieren revelar su miseria, por
eso hacen su ronda a primera hora de la mañana, cuando las calles están
casi desiertas.
Está claro que los beneficiarios y los defraudadores no tienen tales
preocupaciones. Apenas sienten que el país está en crisis. Antes de que
Grecia entrase en esta situación, ya habían trasladado su dinero al
extranjero. Mientras que los bancos griegos han perdido en los últimos
18 meses alrededor de 6.000 millones de euros, los bancos extranjeros
—especialmente los suizos— se frotan las manos.
Y también son los beneficiarios quienes, en evidente sintonía con el
Partido Comunista, abogan por el retorno del dracma. Cuentan con
multiplicar su riqueza y poder así comprar, con toda tranquilidad, una
importante parte del patrimonio del Estado, que —ya sea con euros o con
dracmas— deberá ser privatizado forzosamente, pues el Estado carece de
recursos.
Una tercera —y fatal— coalición la forman el Gobierno griego y los
agricultores, que también son a su vez miembros del partido de los
beneficiarios. Desde la entrada de Grecia en la Comunidad Económica
Europea (CEE) en el año 1981 todos los gobiernos griegos se han quejado
del destino de sus “pobres campesinos” y han proclamado que éstos
merecían una vida mejor. Hace tiempo que estos agricultores se han
asegurado una vida mucho mejor, gracias a las subvenciones agrícolas de
la Unión Europea.
Dichas subvenciones se repartían de forma arbitraria, sin revisar y
sin comprobar si los subsidios solicitados se correspondían con la
producción real. Los agricultores enterraban sus productos,
proporcionaban cifras falsas y se llevaban el dinero. Además, el Banco
Agrícola Griego les otorgaba generosos créditos que, a día de hoy,
todavía no han sido devueltos.
Mientras, en el Gobierno, los amigos de los agricultores no ejercían
presión alguna, porque los votos del campo eran muy valiosos. En la
actualidad el Banco Agrícola está en quiebra y estos campesinos se
pasean por su pueblo en sus Jeep Cherokee.
» El segundo de los cuatro partidos en los que Grecia se divide
en la actualidad podría denominarse el partido de los honrados, aunque
yo prefiero llamarlo el partido de los mártires. A este partido
pertenecen los dueños de pequeñas y medianas empresas, sus trabajadores y
los pequeños autónomos, por ejemplo los taxistas o los técnicos. Ellos
rebaten la opinión, tan extendida en Europa, de que los griegos son unos
comodones y se zafan del trabajo. Trabajan duro y pagan religiosamente
sus impuestos. Sin embargo, aunque el partido de los mártires es el
mayor de los grupos no parlamentarios, no es lo suficientemente fuerte
para aliarse con nadie. Por eso lo explotan por todas partes. Son los
que mayores sacrificios realizan a causa de la crisis, por eso me gusta
llamarlos mártires.
El mayor golpe para la pequeña y mediana empresa es la recesión. El
desolador paisaje de las tiendas o negocios vacíos comienza a ser un
elemento común en todos los barrios de Atenas, incluso en las zonas
comerciales más elegantes. Por ejemplo, la calle Patission. La
Patission, como la llaman los atenienses, es la más antigua de las tres
calles en las que se divide el centro de la capital y se considera el
bulevar de la clase media. Como vivo por esa zona, conozco muy bien la
calle. La Patission estaba siempre muy mal iluminada, pero no importaba
porque los escaparates brillaban con luz propia. Estos días, por la
noche la calle está oscura como boca de lobo: uno de cada dos comercios
ha cerrado y los que todavía siguen abiertos, intentan sobrevivir a
golpe de ofertas especiales.
En la calle Aiolous, una vía también situada en el centro y que
siempre había constituido un destino comercial para aquellos con menos
ingresos, la situación es aún más terrible. Quedan todavía algunas
tiendas, pero están vacías, los clientes no acuden a comprar. Así que la
calle Aiolous se ha convertido en una zona peatonal sin peatones.
“¿Cuánto tiempo podré aguantar?”, me preguntaba la dueña de una pequeña
tienda de ropa de caballero en la que entré a comprar calcetines.
“Pueden pasar días hasta que aparece un cliente”. En los últimos
tiempos, uno vacila mucho antes de entrar en un comercio, porque, tan
pronto como se ha cruzado el umbral, el dueño o los dependientes le
bombardean a uno con lúgubres noticias.
La dueña de la tienda de ropa de caballero no aguantó mucho: cuando
el sábado pasado regresé a la calle Aiolous, su negocio también había
cerrado. Una amiga de mi hermana trabaja en una pequeña empresa
especializada en la construcción de viviendas. Es la única empleada: el
dueño se ha visto obligado a despedir al resto del personal. ¿Quién
quiere construir casas cuando por todas partes hay viviendas en venta
que tampoco compra nadie? Hace siete meses que la amiga de mi hermana no
cobra su sueldo, sin embargo, está feliz porque, al menos, conserva su
puesto de trabajo.
Lo peor para los miembros del partido de los mártires es el desánimo.
Han perdido la esperanza. Para ellos, tras la crisis no se esconde
perspectiva alguna de alcanzar un futuro mejor. Cuando uno habla con
ellos, no es posible dejar de pensar que solo están esperando a que
llegue el final. Cuando una gran parte de la sociedad no logra reunir el
optimismo necesario, significa que la vida es en verdad agobiante. En
muchos de los bloques de viviendas en los que viven ciudadanos con
ingresos escasos o moderados ya no se enciende la calefacción. Las
familias carecen de dinero para gasóleo, o prefieren utilizarlo para
otras cosas. Yo no conduzco. Tengo un taxista que me lleva o me recoge
del aeropuerto. Su nombre es Thodoros, no está casado y vive solo. (...)
“Mire yo pago por el alquiler de este taxi 350 euros a la semana.
Trabajo los siete días, pero solo me llega para pagar el alquiler.
Muchas veces tengo que poner yo mismo dinero”.
A los griegos les gusta ir en taxi, porque es muy barato. Por 3,20
euros se puede llegar a cualquier lugar en el centro de Atenas y una
carrera un poco más larga nunca cuesta más de seis euros. Hasta hace
medio año, en las horas centrales del día era casi imposible encontrar
un taxi libre. Ahora por todas partes es posible ver largas colas de
taxis a la espera de clientes, no solo al mediodía, sino también por la
noche y durante el fin de semana. Y esto no es lo peor.
La recesión no es la única preocupación de los mártires. A pesar de
que sus negocios ya no rinden, están obligados a pagar sus tributos por
partida triple: primero, el Impuesto sobre la Renta, después diferentes
impuestos adicionales y, por último, un complemento de solidaridad. Un
impuesto este, el de solidaridad, que el año próximo deberán abonar en
dos ocasiones, mientras que otro impuesto indirecto, el IVA, se
incrementó dos veces durante el año pasado. Mientras que los
defraudadores no pagan nada o casi nada de estos impuestos adicionales o
del complemento de solidaridad, porque muchos no presentan la
declaración de Hacienda o disfrazan una gran parte de sus ingresos, los
ciudadanos honrados no pueden casi ni respirar.
Al grupo de los mártires pertenecen también los empleados y los
trabajadores en paro del sector privado. En la actualidad, son muy pocos
los trabajadores griegos a los que se les paga puntualmente su sueldo.
La mayoría lo cobra en pequeñas cantidades y con un retraso de varios
meses. Y todos pasan grandes dificultades y, sobre todo, viven
angustiados, con el temor de que la empresa donde trabajan se vaya a
pique de un día para otro.
La contención del consumo y la falta de créditos ha frenado el
crecimiento económico del país y, por este motivo, son muchas las
pequeñas empresas que se hunden estos días. Desaparecen, pero no se
llevan consigo las numerosas deudas contraídas. Mi cuñado, representante
de moda infantil, me contaba entristecido que solo la pasada semana
había vivido tres casos semejantes. Es desesperante. Ahora, delante de
las oficinas de empleo, se ven largas colas de parados que cada mes
aguardan pacientemente la orden de pago con la que el banco debe
transferirles su subsidio. Sin embargo, nunca pueden tener la certeza de
que el pago llegue a principios de mes. A veces, tienen que esperar
algo más para cobrar sus 416,50 euros, pues el número de parados no deja
de crecer y a las oficinas de empleo se les termina el dinero.
Tras el colapso del aparato estatal y, sobre todo, del sistema
fiscal, el Ministerio de Hacienda tuvo la brillante idea de cobrar
impuestos a través de la factura de la luz. A quien no paga sus
impuestos, se le corta la luz. He visto imágenes en la televisión griega
de personas mayores que hacían cola en las oficinas de la compañía
eléctrica para pagar el primer tramo de sus impuestos. Me entraban ganas
de llorar. “El primer tramo asciende a 250 euros”, decía un hombre de
unos sesenta y tantos años a la cámara. “A mí me dan una pensión de 400
euros, ¿cómo voy a vivir durante todo un mes con los restantes 150?”.
En ese momento, recordé mi regreso a Grecia en los años sesenta.
Entonces me recibió una de las más curiosas estampas que uno pueda
imaginar: de los tejados de alquitrán de muchas de las casas de una
planta que poblaban los barrios obreros sobresalían llamativas varas de
hierro. Eran horribles, pero representaban una promesa: el sueño de la
segunda planta. El sueño del apartamento para el hijo o la hija en el
piso de arriba. Durante toda su vida esa gente había ahorrado dinero
para hacer realidad ese sueño, sacrificando cada céntimo. Y ahora se lo
están quitando. Un sistema político en ruinas basado en su nepotismo
tóxico y su falsa riqueza ha destrozado la dignidad de un pueblo.
» Otro partido es el partido de los Moloch, cuyos
miembros han sido reclutados entre las filas del aparato estatal griego y
sus empresas. El partido se divide en dos grupos. Al primero de ellos
pertenecen los funcionarios y los empleados de los servicios públicos y
las empresas estatales. En el segundo grupo se encuentran los
sindicatos. El partido de los Moloch es el brazo no parlamentario del
gobierno y el garante del sistema mercantil, pues está compuesto
principalmente por cuadros y funcionarios del partido. (...)
El sistema tiene una historia muy larga, que se remonta al final de
la guerra civil, en los años cincuenta. Fue entonces cuando los
nacionalistas, ganadores en la contienda, llenaron la Administración de
compañeros de trinchera y fieles correligionarios. Era el premio por su
lealtad a los ideales nacionalistas.
Después, en 1981 —poco después de la entrada de Grecia en la CEE—
llegó al poder el primer gobierno del partido socialista, el Pasok.
(...) Según este partido, tras el largo dominio de los partidos de
derechas, el aparato estatal estaba condicionado para rechazar las
fuerzas liberales y resultaba imposible gobernar si su gente de
confianza no ocupaba los puestos clave en la Administración. Sin
embargo, no se conformaron solo con los puestos clave, y muy pronto todo
el aparato estaba en manos de miembros del Pasok y sus contactos. Casi
uno de cada dos militantes del partido obtuvo durante estos años un
puesto en la Administración.
Desde entonces, todos los gobiernos han comulgado con esta política
de enchufes, hasta los primeros meses de la crisis. Hasta entonces había
suficiente dinero, gracias a las subvenciones de la CEE y más tarde de
la Unión Europea. Cuando el dinero escaseaba, se cubrían los agujeros a
golpe de crédito.
La mayoría de los miembros del partido en la Administración no
trabajan o hacen solo lo indispensable. Una amiga, ingeniera en un
organismo estatal, me contaba su experiencia: hace un año llegó un nuevo
compañero a la oficina. El primer día anunció: “Queridos compañeros y
compañeras, he olvidado todo lo que aprendí en la universidad”. No
trabajó ni un solo día y aquello no pareció contrariar a ningún
superior.
Pero el partido de los Moloch está dividido. Una parte se sentiría
mucho más cómoda en el partido de los mártires. Se trata de esos
funcionarios que no accedieron a sus puestos a través de contactos en el
partido, sino que tuvieron que realizar una oposición. Son los únicos
funcionarios que trabajan de verdad, en ocasiones llevando la carga de
dos o tres compañeros que son miembros del partido. Son las víctimas del
sistema. (...)
» El cuarto y último partido de la sociedad griega
es el que más me preocupa. Es el partido de los desesperanzados: los
jóvenes griegos, sentados todo el día frente al ordenador, buscando en
internet, desesperados, un trabajo, sea donde sea. No son emigrantes
como sus abuelos, que en los años sesenta llegaron a Alemania desde
Macedonia y Tracia para buscar trabajo. Estos jóvenes han ido a la
universidad, algunos incluso tienen un doctorado. Sin embargo, cuando
terminan la carrera se van directos al paro. (...)
Ya sea a causa de la recesión, de las medidas de contención del
gasto, del recorte de la deuda o de las reformas, el caso es que vamos a
sacrificar a tres generaciones en nombre de la crisis. Hoy son los
jóvenes los que más pierden; mañana lo seremos nosotros, porque en
algunos años nos faltarán las fuerzas para seguir luchando. (...)
Las generaciones nacidas después de 1981 no han crecido en una época
de verdadera miseria, sino de falsa riqueza y les entra un ataque de
pánico cuando tan solo se insinúa la palabra “renuncia”. La pobreza les
resulta tan ajena como el desierto.
Petros Márkaris
27 AGO 2012